La talla es un rasgo hereditario y, por consiguiente, está determinada genéticamente. En condiciones normales, alrededor del 80 % de la talla adulta es atribuible a factores genéticos. También está genéticamente determinado el ritmo de maduración, responsable, entre otros aspectos, de cómo crece un niño, cuándo inicia la pubertad o cuándo termina de crecer. No obstante, ni la talla ni el ritmo de maduración dependen exclusivamente de la genética, sino que el resultado final (talla adulta, edad de inicio puberal) depende de la interacción a lo largo de todo el proceso de crecimiento de factores genéticos y ambientales.
La multitud de factores genéticos y ambientales implicados en el proceso normal de crecimiento y la necesidad de que “todo funcione bien” para que este crecimiento sea óptimo hacen que la valoración del crecimiento de un niño concreto sea un indicador muy sensible de su estado de salud y bienestar, y constituya una parte importante del control y seguimiento del niño por parte de su pediatra.
Entonces, ¿Cómo las enfermedades afectan el crecimiento de nuestros hijos?
Las enfermedades agudas (catarros, gastroenteritis, infecciones urinarias, etc), salvo que sean muy reiterativas y se sucedan a lo largo de meses o años, no suelen alterar el crecimiento. Por el contrario, las enfermedades crónicas (enfermedades cardíacas, renales, del aparato digestivo o respiratorias, entre otras) sí pueden hacerlo.
Cuando la enfermedad se cura o simplemente mejora, o cuando cesa la exposición del niño a cualquier otro factor que altere su crecimiento, este tiene la capacidad de recuperar, parcial o totalmente, la talla perdida durante ese periodo. Es lo que se denomina “crecimiento de recuperación”. En general, cuanto más precoz, grave y prolongada sea la actuación de la enfermedad o del factor limitante del crecimiento, menos posibilidades hay de que el “crecimiento perdido” pueda recuperarse completamente.
Por otra parte, parecen existir ciertos periodos de tiempo, denominados como “críticos” o “de ventana”, durante los cuales la pérdida de crecimiento no sería fácilmente recuperable, lo que afectaría definitivamente a la talla adulta. Estos periodos “críticos”, de alta vulnerabilidad para el proceso de crecimiento, corresponderían a los momentos de máximo ritmo de crecimiento, como es el caso de la pubertad y especialmente el periodo fetal y el primer año de vida.